Levanto mis ojos al monte
¡está tan alta la cima!
avanzo destrozando mis rodillas,
resbalando hacia abajo,
y me pregunto:
¿de dónde me vendrá el auxilio
si no es de Ti, mi Señor?
Tú, mi Señor, que no duermes.
Tú, mi guardián fidelísimo,
siempre vas a mi derecha
para que nada me dañe.
Siempre me cobijo a tu sombra,
de noche como de día,
porque nunca me abandonas.
Como a una niña me cuidas.
Anawin de Jesús
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