lunes, 4 de marzo de 2013

Dios

En los días de mi más remota antigüedad, cuando el temblor primero del habla llegó a mis labios, subí a la montaña santa y hablé a Dios, diciéndole:

- Amo, soy tu esclavo. Tu oculta voluntad es mi ley, y te obedeceré por siempre jamás.

Pero Dios no me contestó, y pasó de largo como una potente borrasca.

Y mil años después volví a subir a la montaña santa, y volví a hablar a Dios, diciéndole:
- Creador mío, soy tu criatura. Me hiciste de barro, y te debo todo cuanto soy.

Y Dios no contestó; pasó de largo como mil alas en presuroso vuelo.

Y mil años después volví a escalar la montaña santa, y hablé a Dios nuevamente, diciéndole:
- Padre, soy tu hijo. Tu piedad y tu amor me dieron vida, y mediante el amor y la adoración a ti heredaré tu Reino.

Pero Dios no me contestó, pasó de largo como la niebla que tiene un velo sobre las distantes montañas.

Y mil años después volví a escalar la sagrada montaña, y volví a invocar a Dios, diciéndole:
- ¡Dios mío! mi supremo anhelo y mi plenitud, soy tu ayer y eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y tú eres mi flor en en cielo; juntos creceremos ante la faz del sol.

Y Dios se inclinó hacia mí, y me susurró al oído dulces palabras. Y como el mar, que abraza al arroyo que corre hasta él, Dios me abrazó.

Y cuando bajé a las planicies y a los valles, vi que Dios también estaba allí.



Khalil Gibrán


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