martes, 23 de marzo de 2010

NUESTRO SEÑOR A STA. ANGELA DE FOLIGNO (1)

Hija mía, los atentados que has cometido en tu ornato, dando a tus mejillas color contra la naturaleza y ensortijando artificialmente tus cabellos; toda la vanagloria con que te mostraste a los hombres ofendiendo a Dios; todo eso yo lo expié. Por todas aquellas pinturas y pomadas que deshonraron tu cabeza, la mía fue mesada en la barba, arrancados sus cabellos y taladrada de espinas, golpeda con la caña, ensangrentada, mofada, despreciada hasta la coronación.

Tú te pintabas las mejillas para mostrarlas a hombres infelices y mendigar sus favores. Tranquilízate. Mi faz se cubrió de las salivas de esos miserables; fue deformada e hinchada por las bofetadas.  Tú te valiste de los ojos para mirar lo que daña, para alegrarte ofendiendo a Dios. Los míos fueron velados, anegados en mis lágrimas primero y luego en mi sangre. La sangre que me corría de la cabeza los cegaba.

Por los pecados de tus oídos que escucharon lo inútil y malo, yo oí las falsas acusaciones, los insultos, las maldiciones, las burlas, las risotadas, la sentencia de muerte dictada por el inicuo juez... y el llanto de mi Madre.

Tú has conocido los placeres de la gula y has abusado de la bebida. Yo tuve la boca seca por la sed, el hambre y el ayuno. Me dieron hiel y vinagre.

Tú has murmurado y calumniado; te has burlado, has blasfemado, has mentido hasta el perjurio...Has hecho otras cosas... Yo callé ante los jueces y los testigos falsos y no abrí los labios para disculparme.  Tu olfato no está puro; te acuerdas de ciertos deleites originados en ciertos perfumes... Yo sentí el hedor infecto de los salivazos. Tu cuello se agitó por los movimientos de la ira, de la concuspicencia y de la soberbia... El mío fue golpeado y acardenalado por los látigos. Por los pecados de tus espaldas, las mías llevaron la Cruz. Por los pecados de tu manos y de tus brazos que hicieron lo que bien sabes, mis manos fueron taladradas con gruesos clavos y fijas en el madero. Por el pecado de tu corazón, el mío fue abierto por la lanzada.

Por los pecados de tus pies, por los bailes inútiles, por el andar lascivo, por el correr vano...los míos, que podían contentarse con haberlos atado, fueron taladrados y enclavados en la Cruz. En vez de tus zapatos abiertos, elegantemente fabricados, mis pies estuvieron cubiertos de sangre.

Por los pecados de todo tu cuerpo..., yo fui enclavado en la Cruz, horriblemente azotado.  Para pagar tus vanos vestidos... yo fui expuesto desnudo a los ojos de todos.

No encontrarás ni pecado ni enfermedad del alma de que yo no haya sufrido la pena y ofrecido el remedio

(1) 1248 -1309 Terciaria franciscana, mística.

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