jueves, 8 de noviembre de 2012

7 de Noviembre - Beato Francisco Palau y Quer

MIS RELACIONES

Dios escribió con su propio dedo en las tablas de mi corazón esta ley: Amarás con todas tus fuerzas... (Dt. 6,5; Mt. 22,37). Y esta voz eficaz creó en él una pasión inmensa, la que se hizo sentir desde mi infancia y se desarrolló en mi juventud.  Yo, joven, amaba con todas mis fuerzas, porque la ley de la naturaleza me impulsaba con ímpetu irresistible.  ¿Qué amaba yo? ¿Quien era la cosa amada? Si tu amada es una deidad y la has visto en el claustro, vete enhorabuena al claustro y cásate con ella. Separado del mundo, retirado en el convento, pregunté por la cosa amada, la busqué.  Y ¡quién tal cosa pensara! ¿La buscaba en las austeridades de la vida religiosa, en el ayuno, en el silencio, en la pobreza; la busqué y la encontré...!

¡Vi a mi amada y me uní con ella en fe, en esperanza y amor! Su presencia satisfizo mi pasión y con ella yo era feliz, su belleza me bastaba.  Dios y el prójimo, o sea, la Iglesia Católica se me apareció tan bella como una divinidad.  Iba cubierta bajo el velo del misterio y sólo se dejaba mirar entre las obscuridades de la noche, pero no eran tan espesas que no se distinguieran las infinitas perfecciones que la embellecían y que la presentaban infinitamente amable.  Con ella encontré mi dicha y felicidad; yo era feliz. Era yo joven de veintitrés años. Vino la revolución de 1835; encendió mi claustro, y eran tan vivos mis deseos de ver a mi Amada sin velos y cara a cara, que no cuidé salir de entre las llamas.  Vino mi Amada, me tendió su mano y salí ileso de debajo de las ruinas de mi convento.  Derruido mi convento, incendiado mi claustro, mi Amada tomó las alas de un águila; voló, elevóse sobre el mundo y cuanto en siglo posee, y fue a reposar en desiertos y sitios solitarios.  Yo la seguí...



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