Re-conocieron a Jesús. Jesús era para ellos un gran desconocido. Creían que le conocían bien. Pero no le conocían. Le habían echado encima todos los mantos, prejuicios y mitos del Mesías Davídico, y, debajo de tanto ropaje, Jesús queda irreconocible. Jesús desaparecía bajo el fardo de innumerables interpretaciones de sabios Escribas, que no hacían más que proyectar sobre la Escritura sus propios prejuicios.
Ahora, de pronto, le conocen, le re-conocen, le vuelven a conocer.
Ahora, Jesús mismo les enseña a leer bien. ¡Qué importante!
Aprendieron a leer las Escrituras desde Jesús, no al revés. Antes leían lo antiguo y vestían con ello a Jesús. Y quedaba fatal, el vino nuevo enterrado en los posos de los odres viejos. Ahora interpretan las Escrituras a la luz de Jesús. Y se iluminan, se entienden, se ve qué viejo es lo viejo, cuántos añadidos meramente humanos contiene.
Se ponen a la mesa, Jesús parte el pan, y se les abren los ojos:
¡las inolvidables comidas de Jesús, abiertas a todos, incluso a ellos, que ya se marchaban, desilusionados!
Reconocieron a Jesús en su situación más personal:
La cena con los amigos, y en el signo más representativo: el pan.
José Enrique Galarreta
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